
El 21 de noviembre pasé a formar parte de esa estadística a la que bolsean en el transporte público y le roban el teléfono.
A esos incrédulos que dicen “¿Cómo es posible que alguien te robe así un teléfono?”, les contesto: Sí, sí pasa. Es algo real. Es más, jamás imaginé que me tocaría (me eduqué desconfiado, y en empleos que tuve en el pasado había que reforzar este aspecto), y sin embargo sucedió.

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Hice lo posible por recuperarlo. En el ajetreo del maldito Metro de la Ciudad de México al abrirse las puertas y salir todos en estampida, me di cuenta de que ya no lo traía y reaccioné de inmediato.
Salí corriendo con la imagen en la cabeza del sujeto que tenía enfrente adentro del vagón, lo reconocí y lo intercepté. Le dije que me disculpara, pero que creía que él me había robado el teléfono. Me mostró lo que había en sus bolsas y abrió su mochila. No había nada.
Pudo ser él, pudo no serlo. Pudo ser él quien sacó el teléfono de mi pantalón, pero algún otro cómplice ya lo traía, pero también pudo no serlo. Y de serlo, hasta pude llevarme un golpe (o navajazo) por detrás, cortesía de uno de sus cómplices, y eso me colocaría en un escenario de "tuve suerte".

Ya resignado a no tener teléfono, lo primero en que pensé fue en las fotos y videos que no había respaldado, en todas las imágenes compartidas en WhatsApp que revisitaba con una sonrisa en la cara, y en cuánto dinero había que gastar para tener otro. Pensé en que, a partir de ese momento, mi vida había cambiado.
Sin mi teléfono me siento un salvaje.

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Tengo algo parecido al dolor fantasma: el que, dicen, viene de una extremidad que ya no está en el cuerpo.
Siento que el teléfono vibra y suena. Siento la necesidad de sacarlo para conectar los audífonos y escuchar mis discos recién adquiridos.
Siento la necesidad de checar WhatsApp porque seguramente habrá una cantidad monstruosa de mensajes sin leer. Pero ya no hay teléfono.
Ahora me tengo que levantar con ayuda de un despertador, como vil salvaje. Ya no puedo checar Facebook ni ver videos en YouTube en la cama antes de dormir. Ahora voy al baño y tengo que llevarme algo impreso para entretenerme.

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Odio esta vida sin teléfono.
Le deseo una muerte lenta y dolorosa a quien o quienes me lo hayan robado. No tienen idea de cuánto arruinaron esta existencia de adicción al móvil. En lo que tengo oportunidad de ir al centro de atención para sacar otro, si tienes uno de sobra, querido lector, préstamelo.
*Imágenes: Especial.