
No siempre la noche del 24 de diciembre se ha celebrado como hoy lo hacemos: cena, bebedera de botellas de vino o sidra, karaoke y baile. Anteriormente, las familias acostumbraban a reunirse y, pasada la cena, se entretenían contado cuentos o leyendas.
Había para todos los gustos. Sin embargo, las historias de terror eran las más ad hoc. Imagina: el frío de invierno, la noche, las velas o luces tenues. Sí, aquello se volvía el escenario perfecto para que cualquiera de los relatos hicieran lo suyo: poner a los oyentes la piel de gallina.
Retomando un poco esta costumbre, enseguida te recomendamos tres cuentos de terror de M.R. James, escritor que fue retomado por la BBC para crear su famosa serie A Ghost Story for Christmas:
Número trece
El señor Anderson, un investigador académico, llegó a Viborg con un objetivo muy claro: adentrarse a la historia de la Iglesia de Dinamarca, luego de enterarse que en el Rigsarkiv de Viborg había documentos, salvados del incendio, relacionados con los últimos días del catolicismo romano en el país.
A su arribo, de entre todos los hoteles existentes, optó por hospedarse en el “León de Oro”, una de las pocas casas de la ciudad que quedaron en pie después del gran incendio de 1726. Cuando llegó, le encantó el aire antiguo, y se prometió una estancia satisfactoria en una posada tan típica de la vieja zona. Sin embargo, esto último no ocurrió.
La extraña historia que vivió aquí empezó luego de una cena que tuvo en la casa. Al finalizar la velada, subió a su habitación. Confundido, intentó abrir una puerta aunque sin éxito alguno. Ésta no era la suya, alzo la mirada y se dio cuenta que se trataba de la número trece.
El señor Anderson se quedó pensando en porqué no le habían ofrecido esa habitación. Se puso a indagar sobre este cuarto y días después, se dio cuenta que el número trece no existía. Su confusión creció más y más, pues durante algunas noches, al asomarse por su ventana, había logrado ver a una figura que se asomaba de ese cuarto.
Un día, decidido a saber qué es lo que pasaba, se dirigió a la habitación junto con otro inquilino del que se había hecho amigo. Cuando llegaron, la puerta se abrió y surgió un brazo; un brazo envuelto en un andrajo amarillento; la piel, donde era visible, estaba cubierta de largos pelos grises. Anderson tuvo el tiempo justo de apartar a Jensen de un empujón, con un grito de repugnancia y horror, mientras la puerta volvía a cerrarse y sonaba dentro una risa sofocada.
Tras descubrir lo que pasaba en la habitación número 13, el señor no volvió a poner los pies en esa ciudad de Dinamarca.
Corazones perdidos
Stephen Elliot tenía once años recién cumplidos. A los seis meses de quedarse huérfano se había ido a vivir con su primo, el señor Abney. Lo que parecía un final feliz, con el tiempo se tornó en algo escalofriante.
Un día, Stephen estaba delante de la ventana abierta de su dormitorio contemplando el paisaje, cuando bajó la mirada se encontró con dos figuras de pie. Eran un niño y una niña. Ella permanecía con las manos apretadas sobre su corazón. Él, era delgado, tenía el pelo negro y llevaba ropa rota, también tenía algo raro en el corazón: un agujero.
Asustado, Stephen corrió hacia el despacho del Abney. Intentó abrir, pero estaba cerrado con llave. Cuando logró entrar descubrió a su primo tumbado con una expresión de miedo y espantoso dolor. Su pecho tenía un agujero.
Tras las investigaciones, la policía concluyó que debió matarle algún animal salvaje. Años más tarde, sin embargo, Stephen Eliot descubrió la verdad sobre la muerte de Abney al recibir una carta junto con páginas de su diario.
En ellas, se describía cómo su primo había matado a los dos niños. Sí, esos que se le habían aparecido. “He descubierto el antiguo secreto de la vida eterna”, empezaba el diario. “Se necesita sacrificar tres niños el primer día de primavera. Hay que arrancarles el corazón mientras aún están vivos, y convertir los corazones en cenizas, quemándolos en una parrilla. Después hay que mezclar con vinos esas cenizas y beberlas”.
Hasta ese entonces, había conseguido dos. ¿El tercero? Ese estaba por conseguirlo de no haber sido por aquellos niños fantasmas que lo mataron.
El fresno
La señora Mothersole era un mujer un tanto odiada dentro de su comunidad. Considerada una bruja, fue llevada a juicio. Debido a su posición privilegiada, agricultores la defendieron. Sin embargo, el dueño de Castraingham Hall, sir Matthew Fell, afirmó que en tres ocasiones la había visto desde la ventana tomando ramos del fresno junto a la casa durante la luna llena.
Dicha declaración hizo que la señora Mothersole fuera hallada culpable. Su castigo: la muerte. La ahorcaron una semana después del juicio.
Tiempo después, una serie de extraños sucesos comenzó a azotar la mansión. Muchos de ellos, se encontraban relacionados con el fresno por el que “la bruja” había sido castigada.
Psaron los años y continuaron las muertes y demás tragedias que aquejaban a los descendientes de los que estuvieron involucrados en el juicio.Un día, se decidió prender fuego al árbol. Los presentes rodearon el fresno, conscientes de que por el humo haría salir a las extrañas criaturas que se encontraban dentro.
No estaban equivocados. Búhos y arañas enormes, nervudas y abrasadas comenzaron a salir. Incluso, criaturas cubiertas de pelo gris. El fresno finalmente cayó y cuando eso ocurrió, las personas se acercaron para examinar las raíces. Su sorpresa al asomarse fue: junto a la pared de lo que parecía ser una cueva, yacía el esqueleto de un ser humano, con la piel seca sobre los huesos, con restos de cabello negro, y que correspondía sin ninguna duda a la mujer que había sido ahorcada hace 50 años.
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